lunes, 14 de abril de 2014

happy feet




Los pies están muy lejos de la cabeza. Tanto, que muchas personas casi se olvidan de ellos, de que son la base de nuestro soporte y de nuestra estabilidad.
En nuestra cultura, por lo general los pies andan enjaulados en zapatos, de los cuales a menudo importa más la estética que la comodidad. La idea del "cuidado de los pies" se suele asociar como mucho al cuidado de la piel y de las uñas.
Pocas personas prestan atención a la forma de pisar al caminar, y de sentir a través de los pies. Así que, para variar, suele ser con el dolor que nuestro sistema nos llama la atención y nos pide reconsiderar nuestros hábitos posturales y de movimiento.
La arquitectura del pie humano es más que fascinante: toda nuestra estructura, 
en bipedestación, se sostiene sobre dos pequeños triángulos, uno en cada pie, cuyos puntos de contacto con el suelo son la bola del dedo gordo, la bola del dedo pequeño, y el calcáneo. Entre cada uno de los puntos de contacto hay un arco (medial, transverso y lateral), que funciona como un resorte, proporcionando elasticidad a nuestros pasos, amortiguando el choque con el suelo y favoreciendo la adaptación a superficies irregulares.
Un pie feliz, al caminar, literalmente rebota, y el paso es ligero.
La "caída" de un arco plantar, como en el caso del pie plano, conlleva un colapso y una distribución menos eficiente del peso del cuerpo, que se puede repercutir no solo a nivel local, con cansancio al caminar y/o dolor, sino también en otras partes del cuerpo, como las rodillas, la zona lumbar y la zona cervical.

Los pies tienen un papel fundamental en el mantenimiento del sentido del equilibrio, junto con la vista y el sistema vestibular. Las plantas de los pies están pobladas de receptores táctiles que envían mensajes al cerebro cada vez que nos ponemos de pie y damos presión al suelo. El equilibrio es dinámico: la gravedad es constante, pero nuestro cuerpo se está recalibrando permanentemente en relación con ella. 
Puedes experimentarlo de una forma sencilla y efectiva con una pequeña exploración, que mi profesora Mary Bond llama "postural sway" (balanceo postural):

Ponte de pie, descalza/o encima de un par de mantas dobladas o un cojín de sofá, con las piernas un poco separadas y los brazos a lo largo del cuerpo. Enseguida notarás que el cuerpo se mueve ligeramente, y que la presión en las plantas de los pies va cambiando constantemente. Si cierras los ojos, lo notarás aún más claramente. 
Intenta mantenerte ahí un par de minutos, ponendo atención en las plantas de los pies, intentando sentir el contacto con la manta y procurando relajar cualquier tensión innecesaria (puedes flexionar ligeramente las rodillas y hacer un breve chequeo de las caderas, la respiración, los hombros y el cuello).
Cuando hayan pasado unos pocos minutos, vuelve a abrir los ojos y baja de las mantas, observando las sensaciones que recibes desde los pies y de todo tu cuerpo: ¿te sientes más enraízada/o? ¿como percibes el espacio a tu alrededor? ¿qué sientes al caminar?

Para tener unos pies felices, la manera más sencilla y efectiva consiste en recordarnos que nuestros pies son mucho más antiguos de la invención del calzado y, cuando nos sea posible, andar descalzos, mejor si sobre superficies irregulares, como la arena de la playa o el césped o el pasto. La eventual incomodidad inicial se convertirá pronto en un beneficio, y no solo de los pies.

Para "despertar" los arcos plantares y mejorar la flexibilidad general de la parte posterior del cuerpo, puedes probar este sencillo ejercicio: sólo necesitas unos
cinco minutos de tiempo y una pelota de tenis.

Ponte de pie, haz una flexión del tronco hacia adelante, sin forzar, y observa hasta donde llegan tus manos.
Vuelve erguida/o y coloca la pelota debajo de tu pie derecho, sin calzado, y empieza a moverla despacio hacia delante y hacia atrás, primero en la parte interna del pie, luego en la parte central, y finalmente en la parte externa.
Muy probablemente notarás puntos en que el contacto
con la pelota es molesto o un poco doloroso:
en estos puntos, carga un poco más el peso de tu cuerpo,
mantén la presión unos segundos y sigue moviendo, lentamente y sin forzar demasiado.
Explora también el movimiento en sentido transversal, especialmente debajo de las bolas de los dedos.
Cuando hayan pasado unos tres minutos, quita la pelota y
apoya el pie en el suelo. Lo primero que probablemente notarás es la sensación que tu pie sea más grande y más enraizado.
Finalmente, vuelve a flexionar tu tronco hacia delante y observa: ¿La mano derecha baja más que la izquierda? 
¿Y cuánto más?
Estirando la fascia plantar, has mejorado también toda tu flexibilidad en la línea de conexión fascial posterior del cuerpo.
Repite el mismo ejercicio con el pie izquierdo,  ¡tu cuerpo te lo agradecerá!

Guardo para otra entrada temas algo polémicos como el uso de plantillas o de zapatos "especiales", como Masai Barefoot Technology y similares.








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